¿Sabes que es lo que realmente se necesitas para ser feliz y llevar una vida plena? Si no lo tienes muy claro, no te preocupes. Hay muchísima gente esforzándose día con día para darte la respuesta y clavártela en el subconsciente como dardo envenenado. A diario somos bombardeados por estímulos que dictan nuestras necesidades y nos venden realización personal, felicidad y seguridad en forma de prácticamente cualquier pendejada. Aceptémoslo, la banalidad se ha adueñado de nosotros vestida de necesidad.
Las necesidades ilusorias se arraigan fácilmente en la sociedad debido a la eficacia de la maquinaria publicitaria encargada de difundir los sueños corporativos. Esta maquinaria es cada vez más efectiva en promover valores agregados inexistentes que generan ejércitos de consumidores de felicidad en lata, éxito sobre ruedas o bienestar a granel. Estos consumidores se vuelven a su vez, vectores que refuerzan la idea original y extienden la idea de necesidad.
El estatus como valor agregado es un éxito de nuestros días, y es que éste se encuentra inherentemente relacionado al dinero, el cual a su vez se relaciona con el poder y éste con la felicidad. Esto, además de demostrar nuestra falta imaginación con respecto a nuestras aspiraciones, ha provocado una epidemia de símbolos de estatus, que no son más que necesidades adquiridas (ningún niño hace berrinche porque lo lleven al parque en un vocho y no en un BMW ¿o sí?). Estas necesidades se mantienen bajo el precepto de que eres lo que compras.
El problema de los símbolos de estatus es que asechan detrás de cualquier esquina. Pueden tomar cualquier forma, disfrazándose incluso de artículos de primera necesidad. Son el coche que manejas, los pantalones que usas, el teléfono por el que hablas y la computadora que tienes en frente. Pero no me tomes a mal, el hecho de que tengas estos artículos no te vuelve un zombi a merced de la voluntad de mega corporaciones, siempre que tomes las cosas como lo que son y no como una solución a tus problemas existenciales; sin embargo, queda claro que si la amalgama sociedad-publicidad ha cumplido con su labor, serás incapaz de darte cuenta de por qué necesitas las cosas. Triste pero cierto.
Vivimos en una sociedad que idolatra el consumo, que eleva las cosas más allá de su valor y se refugia en los bienes para sobrellevar la falta de verdaderos estímulos. Las metas con signos de pesos y el libre mercado se llevan de maravilla y no hay signos de que esa amistad se deteriore pronto.
Brandon Saunders, uno de los primeros poseedores de un iPhone.
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