lunes, 16 de febrero de 2009

El último suspiro del Cine Mexicano


"El guión ideal, en el que a menudo he soñado, arrancaría de un punto de partida anodino, banal. Por ejemplo: un mendigo atraviesa una calle. Ve una mano que asoma por la portezuela abierta de un lujoso automóvil y que arroja al suelo la mitad de un habano. El mendigo se detiene bruscamente para recoger el cigarro. Otro automóvil le arroya y le mata."


- Luis Buñuel. Mi Último Suspiro. 1982






México es un país que ha visto trabajar a grandes cineastas. Es el país que inspiró lo que discutiblemente fue la mejor etapa del cine de Luis Buñuel, en el ocaso de su vida. Sus magueyes y su apego gracioso a la muerte inspiraron al maestro obrerista ruso Sergei Einsenstein a filmar su "Que viva México!" en 1979 y lo hicieron pensar que México podría ser un estado moderno; sin comentarios. También nos dio ídolos nacionalistas como Pedro Infante o Tin-Tan, sin olvidar al enmascarado de plata. Creando géneros cinematográficos a diestra y siniestra.

Hoy en día el cine mexicano es poco más que una enorme porquería; una gran farsa en fotogramas, cuya única intención suele ser contar historias hipócritas que solo reflejan el gran deseo de mis compatriotas cineastas de imitar estilos; de proyectar farsas en las que nos adentramos en un México inexistente, poblado por personajes irreales. Voy a hablar de lo que se entendería por cine mexicano producido en este pedazo de tierra, no del cine escrito por un mexicano pero producido por Universal Pictures y distribuido por Sony. Yo encuentro dos vertientes principales en el cine mexicano moderno, ambas igual de espeluznantes.

Por un lado está el vacío y risible cine pudiente, apoyado por las monstruosas televisoras nacionales en producción y distribución. El cine que te presenta mentirosas historias de la cultísima clase media mexicana; de los que viven en edificios altos y visten traje al trabajo; personajes que viven en una mala imitación de cualquier cosmópolis estadounidense. Siempre son historias permeadas de sexo barato y despreciables actuaciones de actores de escuela telenovelesca. Dramas baratos llenos, que digo llenos… enteramente formados por clichés inmensos, mostrando estereotipos de lo que es "el mexicano moderno": clasemediero y pudiente, infiel, inculto, materialista y vacío. Cine asquerosamente inundado de folklore ridiculizado. Separando claramente ese México de Tin-Tán y Los Caifanes. Este tipo de cine parece ser un gran negocio en taquilla, tal vez por la falta de cultura cinematográfica; tal vez por el tema popero de los créditos iniciales que escucharas durante diez años en la radio; y más probablemente por la tremenda necesidad del mexicano de ir al cine a no pensar. Ejemplos de esta vertiente me sobran. Diría que la gran pionera fue "Sexo, pudor y lágrimas", burlándose con su título de la depresiva frase bélica de Winston Churchill. Este filme abrió el camino para todos esos vacíos refritos trágico-cómicos, cientos o quizá miles de ellos.

Por otra parte tenemos al somnoliento cine pretencioso de la autoría de personas como el extrañamente laureado Carlos Reygadas, sometiéndote a larguísimas plano secuencias que concluyen en una explicativa pared blanca. Disfrazadas de arte, estas cintas se llegan a colar al mundo pop, donde son veneradas como innovadoras y provocativas, cuando no son nada más que un cínico engaño con una fórmula muy predecible: la terapia de shock. Claro que si vemos un primer plano de una joven de clase alta dando sexo oral a su chofer con un fondo musical de Mozart, vamos a intoxicarnos con su profundo discurso político; diez minutos entrada la cinta te das cuenta que solo es una burda ilusión sin fondo. Sin discurso ni punto. Solo cámaras lentas y sexo explícito.

Si miramos al pasado fílmico del país encontraremos joyas, y no solamente creadas por extranjeros, como podría ser "Los Olvidados" de Buñuel, enteramente grabada en la ciudad de México y con una poderosísima reflexión social mundial, laureada como patrimonio de la humanidad por la UNESCO. No, me refiero tal vez al socialmente cargado Gabriel Retes y su "Bienvenido Welcome", o también a "Rojo Amanecer", o tal vez a la muy nueva y personal cinematografía de Rodrigo Prieto o Lubezki, que habla de los grandes clásicos de la luz.

El buen cine mexicano ha muerto. Ha dado paso a un nuevo monstruo que no pertenece a este país, pertenece a la visión sesgada de gente con contactos extranjeros, renombre de revista de baja monta y sin talento. Para no dar lugar a malas interpretaciones quiero aclarar que sí creo en la capacidad cinematográfica de personas nacidas en México. Yo mismo he tenido la suerte de tener en mis manos maravillosos guiones que narran historias de ciencia ficción o de horror, y que al leerlos y ver su calidad, supe que jamás llegarían a la gran celulosa. Me parece en extremo cómico el orgullo nacionalista que se profesa por cineastas como González Iñarritu, Cuarón o del Toro. Lamento informar que el cine que ellos muestran no podría estar más alejado de la clasificación de "cine mexicano". Son cineastas cuyas ideas eran ridículas para los bolsillos llenos de los empresarios mexicanos. Mis tres ejemplos anteriores hicieron su carrera en Estados Unidos y España gracias a la grandísima ignorancia del país que los vio nacer. Lamento también decir con seguridad que sus películas distan mucho de tener algo que ver con este país en cualquier tema inmediato, es tan ridículo como afirmar que Salma Hayek es la típica mujer mexicana. Nunca veremos un "Laberinto del Fauno" producido en México. Jamás. Muchas personas lo saben. Del Toro trabajará proyectos del británico Tolkien, García Bernal trabajará con Scorsese, Lubezki con Burton, y nadie regresará.

El cine mexicano ha muerto. Y sus órganos desmembrados huyen a otros países para encontrar refugio intelectual y las salas de Cinemex se siguen llenando para ver porquería mejor producida de la que se produce en este país. Lo único que puedo decir es que mejor corramos a nuestro videoclub más cercano y veamos El Santo Contra los Nazis o El Patrullero 777 si lo que buscan es encontrar un cine que hable de una identidad mexicana. Si opinan y piensan que las clasificaciones son más que ridículas y aún más las que engloban a todo un cine que por única característica en común tiene haber sido ideado bajo las mismas fronteras geográficas, pues rían de todo esto, rían de las pretensiones y las idolatrías al estereotipo. Si se adentran inteligentemente en el moderno cine nacional saben que solo encontrarán sexo, pudor y mierda. Aún hoy en día, para encontrar un discurso que englobe una identidad nacional, me remito a una metáfora de lo que sigue siendo México: el cine del Santo, con sus mujeres vampiro y momias. Un absoluto caos en sucesión de imágenes donde el inconsciente colectivo de todo un país es desplegado en forma de un héroe plateado y enmascarado, aparte de santo y galán, que maneja descapotados y pone en su lugar a los monstruos que lo asechan. Un héroe que la gente tocó, en carne y hueso, aplicando el más inclemente pancracio contra criaturas salidas de todas las mitologías del mundo.

Aún cuando Infante, Negrete o Pardavé siguen siendo los héroes del pueblo y no Gael o Luna, el "nuevo" cine mexicano está más en boga que nunca, asfixiado en la falacia de Warhol y su muerte será tan cruel como su nacimiento.

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