Con esto claro, me sumo a la protesta de Diana. Podemos hablar de arquitectura, podemos hablar de museos de sitio y podemos hablar de monumentos, pero no categoricemos cosas de forma errónea, la Ciudad de México no es un museo y su arquitectura no es única. También aprovecho este párrafo de rebate para mostrarme abiertamente en contra de la visión de Josué sobre la cultura y el mexicano. Si tomamos a la cultura como el conjunto de conocimientos que permite a una persona desarrollar su juicio crítico (DRAE), ¿de dónde sale la corrupción en cifras récord que constituye uno de los principales cánceres del país? ¿Dónde quedó el nivel cultural? y la piratería de libros no ayuda mucho, todo lo contrario. No porque se lea se tiene cultura, pero eso es harina de otro costal. Y no me tome a mal, que en México sí hay cultura y mucha, pero bajo otra acepción: cultura es el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc. (ibid). Pero ¿qué le parece si dejamos de lado disertaciones que se salen del tema y le entramos a los museos?.
En la Ciudad de México y el área metropolitana contamos con una cantidad impresionante de museos que se vuelve menos impresionante cuando tomamos en cuenta la cantidad de personas que habitan dicha zona. Somos diez veces más que la población de la propia París y si echáramos cuentas, las cantidades per cápita pierden lo impresionante (un poquito nada más). Para vanagloriarse en ese sentido están países como Israel o Canadá, y si hablamos en términos locales, échenle un ojo a Zacatecas. Independientemente de esto, la zona metropolitana sí sostiene a una sobrepoblación de museos, lo cual responde a las necesidades culturales de una metrópoli monumental, y como toda sobrepoblación, ésta tiene sus problemas.
Mi lenguaje demográfico se ve justificado cuando observamos que uno de los principales problemas de los museos locales converge con el principal problema de la sociedad mexicana: la desigualdad. Los recursos (económicos y humanos) que se asignan a los museos por parte de las instituciones de las que dependen (ya sea la UNAM, el INAH, Conaculta, el GDF, etc.) no son equitativos y los museos estrella (que son esos de los que recordamos hasta la dirección) reciben tajadas descomunales de presupuesto que no siempre son bien aprovechadas. Este mal aprovechamiento de cantidades nimias, desde la perspectiva de los grandotes, lo resienten más los relegados, que sólo mediante milagros administrativos logran llevar a cabo una labor decente en cuanto a difusión, seguridad, calidad de la obra y presentación de exposiciones.
¿Entonces el varo diferencia a los museos olvidados de los mainstream? Sí, pero no siempre. Aunque se pueda contar con la mejor difusión y con una calidad de obras sobresaliente, a veces el proceso museográfico es deficiente o se carece de propuestas interesantes. Si la conceptualización de la obra, el proceso de curaduría y los servicios educativos asociados a las exposiciones no funcionan, la inversión se viene abajo con todo y sus Renoir y sus Kandinsky. Entonces, el lugar en el cual se ubican los museos dentro del presupuesto vigente de su institución mecenas es, en parte, responsabilidad del propio museo y de que se haga una buena labor museográfica que permita a los visitantes aprovechar al máximo la experiencia. El chiste, como en todo, es que todos hagan bien su trabajo.
Otro problema plantea una paradoja interesante. Se siguen construyendo más y más museos mientras se sigue acumulando obra de calidad en bodegas. No necesitamos más museos en la ciudad, lo que se necesita es que se preste atención a los museos menos agraciados y exportar obra contemporánea a galerías especializadas, despejando salas y permitiendo así desempolvar ese acervo artístico al que no le da la luz ni ven ojos humanos frecuentemente. Exhibición y conservación van de la mano.
Queridísimo lector, como siempre, no todo está perdido y el poder está en nuestras manos. Asistamos más a museos, seamos más críticos con respecto a las exposiciones que se nos ofrecen, opinemos y recomendemos los lugares que nos brinden una buena experiencia y también se vale quejarnos abiertamente de aquellos que no cumplan nuestras expectativas. No los dejemos sólo para el domingo y para tareas de secundaria.
Muchas de las ideas vertidas en el texto anterior son resultado de una conversación de café con Ángela Badillo, encargada de museografía en el Museo Nacional del Virreinato o Munavi para los cuates. Se agradece enormemente tu colaboración.
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